
¿Alguna vez has sentido que el motor de tu furgo empieza a latir distinto cuando cruzas el puente de Rande? Ese momento en el que sabes que el fin de semana comienza y que el asfalto se convierte en la antesala de nuevas historias. Así empezó mi escapada desde Pontevedra, con dos noches por delante y una ruta que todavía huele a mar, a pino y a libertad.
🚐 Primera parada: Cangas y la calma del viernes por la noche
El viernes, después de una semana de prisas, lo único que quería era llegar a un lugar donde el reloj dejara de mandar. En menos de una hora estaba en el área municipal de Cangas. Bien señalizada, con servicios básicos y ese ambiente de viajeros que no necesitan lujos para sentirse en casa.
La noche fue tranquila, con el murmullo lejano del puerto como nana improvisada. Mientras me acomodaba, pensé: “Aquí empieza la aventura”.
🚐 Sábado de faros, monte y arena fina
El amanecer me encontró camino a Cabo Home, en plena Costa da Vela. El olor a eucalipto se mezclaba con la brisa marina mientras subía hacia el Monte do Facho. Desde arriba, los faros parecían guardianes silenciosos que vigilan la entrada de la ría.
La playa de Melide, escondida y luminosa, fue mi recompensa. Toalla, café en termo y la sensación de estar en un rincón del mundo donde nada sobra ni falta.
Pero no todo fue tan idílico. Al volver al aparcamiento descubrí que alguien había aparcado tan pegado a mi furgo que parecía un puzzle imposible de resolver. Diez minutos después, con medio parking dando instrucciones y gestos de “un poquito más a la derecha”, logré salir. Fue uno de esos momentos que te hacen sudar primero y reír después: la prueba de que la vida camper también tiene su lado improvisado.
Por la tarde cambié de escenario. Conduje hacia Sanxenxo, Portonovo y A Lanzada, esa franja de costa que nunca decepciona. Pernocté en el área privada de Sanxenxo, a un paso de la playa Canelas. Desde allí, el atardecer pintó el cielo de naranjas y violetas, y por un momento parecía que todo el mundo se había detenido a contemplar el mismo cuadro.
🚐 Domingo entre hórreos y ría
El domingo fue para Combarro, uno de esos pueblos que parecen dibujados a mano. Pasear junto a sus hórreos a pie de ría es como caminar por un álbum antiguo que todavía respira.
Aparqué en el área de A Seca, perfecta para explorar el casco histórico sin prisas. Entre calles de piedra y balcones de flores, entendí por qué Combarro es un lugar que nunca se olvida: cada esquina guarda un trozo de mar y de historia.
La vuelta a Pontevedra fue corta, pero la sensación era clara: en solo dos días había vivido una ruta completa, sin prisas y con esa mezcla de improvisación y magia que solo la vida camper regala.
Lecciones de la ruta
- Planifica, pero no te cases con el plan. Tener un plan B (y hasta un plan C) es la mejor manera de no frustrarse.
- Respeta la normativa. Pernoctar no es acampar: nada de mesas ni toldos fuera de las áreas habilitadas.
- El viaje se mide en sensaciones. El rumor del viento en Cabo Home, el frescor de la arena en Melide, el silencio de las calles de Combarro al amanecer. Eso es lo que uno se lleva.
